Las pantallas LEDs:
no todo beneficio es benéfico
JAIME PASTOR ROSADO
Todo el mundo sabe (excepto al parecer el
equipo de gobierno del Ayuntamiento de Cádiz) que el asunto de las pantallas
instaladas a lo largo y ancho de la ciudad tiene unas connotaciones que van
mucho más allá del simple dato contable. Aun en el supuesto de que fuese cierto
que las pantallas “no cuestan un duro (sic) a los gaditanos” (según nota de
prensa facilitada por el Ayuntamiento), de hecho la ciudadanía paga un precio
digamos “soterrado” por una contraprestación (¿información, publicidad,
propaganda?) de dudosa necesidad y de indudable capacidad distorsionadora del
proceso de “construcción simbólica” en que consiste vivir la ciudad, y ya no solo
vivir en la ciudad.
De ahí que el evidente interés de los
responsables municipales por restringir la problemática de las pantallas a su mera
dimensión contable, está poniendo de manifiesto que, desde el Ayuntamiento, se
quiere sustraer del debate cualquier otra dimensión de más hondo calado. Lo que
no acabo de tener claro es si este proceder obedece a una preocupante
insensibilidad del equipo de gobierno hacia los aspectos complejos del fenómeno
urbano o si, por el contrario, existe una intencionalidad más o menos
consciente de trivializar el asunto, vaya usted a saber con qué propósitos.
Porque el caso es que ni aun limitándonos al
aspecto contable deja de ser cuestionable la “rentabilidad” (no sólo en
términos pecuniarios) de las pantallas, pues el equipo de gobierno local, consecuente
con la ideología desde la que gobierna, pone el énfasis en las (supuestas)
bondades de las pantallas mientras “olvida” contabilizar lo que en la más
básica teoría económica se llaman las “externalidades negativas”, es decir, los
perjuicios, daños o molestias que la obtención de un determinado producto genera
a la sociedad o al medio ambiente, y cuya contabilización de cara al coste final (y real) de dicho producto suele ser soslayada, ya
sea por ignorancia, por minusvaloración de los daños, o bien en virtud de
oscuras intenciones.
Descartando
que los integrantes del equipo de gobierno local estén obteniendo beneficios
ilícitos a raíz de la instalación de las pantallas, creo que el problema de
esta y otras actuaciones similares comienza cuando los responsables políticos
asumen determinadas propuestas provenientes de la iniciativa comercial privada
sin evaluar suficientemente las “externalidades negativas” de tales ofertas,
por muy legítimas que estas puedan ser desde el punto de vista empresarial. En
consecuencia, si presuponemos la buena fe de los responsables políticos de
nuestro Ayuntamiento, no cabe otro remedio que imputar esta negativa manera de
proceder a una insuficiente cualificación política de quienes de manera poco
responsable asumen iniciativas de este tipo que, aun sin “costar un duro a los
gaditanos”, constituyen un “mal negocio” en términos de calidad de las
representaciones mentales que las personas establecen a partir de las
características de su entorno urbano.
Por
tanto, y trascendiendo planteamientos reduccionistas, es obligado hacer
visibles esas “externalidades negativas” que al parecer el equipo de gobierno
no ve en el asunto de las pantallas, seguramente aquejado de la miopía
característica de quienes acostumbran a valorarlo todo desde el mero
pensamiento contable. En este sentido, hemos de convenir en que si algo sobra
en la vida cotidiana de la ciudadanía de estos inicios del siglo XXI son mensajes
publicitarios. Cuando estos mensajes se hacen omnipresentes en el entorno
urbano, puede hablarse de una conversión del espacio público en espacio
publicitario. Y se necesita padecer de mucha insensibilidad para no comprender
lo que ello significa: entre otras cosas, significa poner obstáculos a la
ciudadanía para una libre “construcción simbólica” de su ciudad, mediante la
imposición de unos modelos y de unas pautas culturales cuyas características
principales son la homogeneización y la banalización, dos aspectos que operan
contra la deseable originalidad y diferenciación de los entornos urbanos. Y
ello es así porque la publicidad ni es neutra ni es inocua. La publicidad suele
ser tendenciosa y lesiva, en cuanto que utiliza sutiles técnicas de persuasión
que socavan en mayor o menor grado la voluntad y las preferencias de los
destinatarios de tal publicidad. Y es ahí, en la irresponsable e ilegítima
apropiación y utilización del espacio público para someter a la ciudadanía a
una forzosa exposición a los mensajes publicitarios, donde se origina el efecto
perverso de unas pantallas que, en todo caso, informan poco y molestan mucho,
puesto que contribuyen a que los sentidos no conozcan descanso ante la invasiva
e inoportuna invitación al consumo.
Por
todo ello, cuando el equipo de gobierno trata de justificar la bondad de las
pantallas de la manera en que lo hace, o bien no dice la verdad al afirmar que
“no tienen coste para los gaditanos”, o bien hace gala de una ignorancia
impropia de quienes tienen la responsabilidad de practicar una política
favorecedora de experiencias humanamente enriquecedoras, que nada tienen que
ver con la trivialidad informativa, con la publicidad engañosa o con la propaganda
soterrada que rezuman las inoportunas y prescindibles pantallas. ¿Tan difícil
es entender que no todo beneficio es benéfico?
Jaime
Pastor Rosado