sábado, 19 de mayo de 2012

LAS PANTALLAS LEDs, de CADIZ


Las pantallas LEDs:
no todo beneficio es benéfico

JAIME PASTOR ROSADO

Todo el mundo sabe (excepto al parecer el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Cádiz) que el asunto de las pantallas instaladas a lo largo y ancho de la ciudad tiene unas connotaciones que van mucho más allá del simple dato contable. Aun en el supuesto de que fuese cierto que las pantallas “no cuestan un duro (sic) a los gaditanos” (según nota de prensa facilitada por el Ayuntamiento), de hecho la ciudadanía paga un precio digamos “soterrado” por una contraprestación (¿información, publicidad, propaganda?) de dudosa necesidad y de indudable capacidad distorsionadora del proceso de “construcción simbólica” en que consiste vivir la ciudad, y ya no solo vivir en la ciudad.

De ahí que el evidente interés de los responsables municipales por restringir la problemática de las pantallas a su mera dimensión contable, está poniendo de manifiesto que, desde el Ayuntamiento, se quiere sustraer del debate cualquier otra dimensión de más hondo calado. Lo que no acabo de tener claro es si este proceder obedece a una preocupante insensibilidad del equipo de gobierno hacia los aspectos complejos del fenómeno urbano o si, por el contrario, existe una intencionalidad más o menos consciente de trivializar el asunto, vaya usted a saber con qué propósitos.

Porque el caso es que ni aun limitándonos al aspecto contable deja de ser cuestionable la “rentabilidad” (no sólo en términos pecuniarios) de las pantallas, pues el equipo de gobierno local, consecuente con la ideología desde la que gobierna, pone el énfasis en las (supuestas) bondades de las pantallas mientras “olvida” contabilizar lo que en la más básica teoría económica se llaman las “externalidades negativas”, es decir, los perjuicios, daños o molestias que la obtención de un determinado producto genera a la sociedad o al medio ambiente, y cuya contabilización de cara al coste final (y real) de dicho producto suele ser soslayada, ya sea por ignorancia, por minusvaloración de los daños, o bien en virtud de oscuras intenciones.

            Descartando que los integrantes del equipo de gobierno local estén obteniendo beneficios ilícitos a raíz de la instalación de las pantallas, creo que el problema de esta y otras actuaciones similares comienza cuando los responsables políticos asumen determinadas propuestas provenientes de la iniciativa comercial privada sin evaluar suficientemente las “externalidades negativas” de tales ofertas, por muy legítimas que estas puedan ser desde el punto de vista empresarial. En consecuencia, si presuponemos la buena fe de los responsables políticos de nuestro Ayuntamiento, no cabe otro remedio que imputar esta negativa manera de proceder a una insuficiente cualificación política de quienes de manera poco responsable asumen iniciativas de este tipo que, aun sin “costar un duro a los gaditanos”, constituyen un “mal negocio” en términos de calidad de las representaciones mentales que las personas establecen a partir de las características de su entorno urbano.

            Por tanto, y trascendiendo planteamientos reduccionistas, es obligado hacer visibles esas “externalidades negativas” que al parecer el equipo de gobierno no ve en el asunto de las pantallas, seguramente aquejado de la miopía característica de quienes acostumbran a valorarlo todo desde el mero pensamiento contable. En este sentido, hemos de convenir en que si algo sobra en la vida cotidiana de la ciudadanía de estos inicios del siglo XXI son mensajes publicitarios. Cuando estos mensajes se hacen omnipresentes en el entorno urbano, puede hablarse de una conversión del espacio público en espacio publicitario. Y se necesita padecer de mucha insensibilidad para no comprender lo que ello significa: entre otras cosas, significa poner obstáculos a la ciudadanía para una libre “construcción simbólica” de su ciudad, mediante la imposición de unos modelos y de unas pautas culturales cuyas características principales son la homogeneización y la banalización, dos aspectos que operan contra la deseable originalidad y diferenciación de los entornos urbanos. Y ello es así porque la publicidad ni es neutra ni es inocua. La publicidad suele ser tendenciosa y lesiva, en cuanto que utiliza sutiles técnicas de persuasión que socavan en mayor o menor grado la voluntad y las preferencias de los destinatarios de tal publicidad. Y es ahí, en la irresponsable e ilegítima apropiación y utilización del espacio público para someter a la ciudadanía a una forzosa exposición a los mensajes publicitarios, donde se origina el efecto perverso de unas pantallas que, en todo caso, informan poco y molestan mucho, puesto que contribuyen a que los sentidos no conozcan descanso ante la invasiva e inoportuna invitación al consumo.

            Por todo ello, cuando el equipo de gobierno trata de justificar la bondad de las pantallas de la manera en que lo hace, o bien no dice la verdad al afirmar que “no tienen coste para los gaditanos”, o bien hace gala de una ignorancia impropia de quienes tienen la responsabilidad de practicar una política favorecedora de experiencias humanamente enriquecedoras, que nada tienen que ver con la trivialidad informativa, con la publicidad engañosa o con la propaganda soterrada que rezuman las inoportunas y prescindibles pantallas. ¿Tan difícil es entender que no todo beneficio es benéfico?
 

                                                                                   Jaime Pastor Rosado