viernes, 1 de junio de 2012

Amor, diversión y buen humor.


Amor, diversión y buen humor.
En estos inquietos días en los que los medios de comunicación nos sobresaltan diariamente con precipitaciones de la bolsa, inconmensurables parados, terribles paralelismos con el país heleno, el ciudadano -el paisano- sale a la calle enfadado, crispado y lo que es peor, asustado.
Tiene derecho a enfadarse, a lamentar que sus condiciones de vida (laborales, adquisitivas, educativas, sanitarias) sean peores que hace unos años, ya que él con su monótono quehacer diario -de casa al trabajo y del trabajo a casa- poco ha podido incidir en los acontecimientos políticos y financieros que nos han conducido a esta omnipresente crisis, sin embargo él y sus hijos la pagan y la seguirán pagando durante algún tiempo.

Cuando este hombre del bar provinciano (parafraseemos a Machado, es gratis) desahoga su pena, expone su frustración, muestra su rabia, tropieza con el corporativismo, con localismos, individualismos o cualquier otro “ismo” que levanta una muralla tan alta y extensa como la oriental para separarlo del contertulio. Se ponen de manifiesto entonces intereses egoístas, que rozan -cuando no caen de lleno en - nimias ridiculeces y patetismos pueriles; “yo pertenezco al gremio de los cargadores de jarrones de forja y tú no”, “yo aprobé las oposiciones de ventrílocuos del Estado y tú no”, “yo tengo derechos, tú no”. Aparecen las tensiones, se confunden churras con merinas y se traen a colación arcaicas ofensas, ojerizas antiguas y junto a la cerveza, en lugar de aceitunas, se toma un plato rebosante de acritud.

Este convecino decide no volver a abrir más la boca en un lugar público, al menos sin mirar repetidas veces a su alrededor para comprobar si los presentes pertenecen a su grupúsculo, susurrar tenuemente si descubre a un posible opositor o callarse como una prostituta/o si la peña no le es propicia.

La situación económica nos obliga a prescindir de ciertos (o muchos, en algunos casos) gastos, si no gustosos, sí con resignación lo haremos, podemos vivir sin el solomillo a la pimienta, sin el traje de marca y sin las vacaciones en Costa Ballena, a lo que no podemos, ni debemos renunciar es a nuestra libertad de reunión, expresión, pensamiento u obra, no olvidemos dónde vivimos (un país democrático) y en qué fecha (siglo XXI, 2012).

Respetar nuestras diferencias, que no olvidarlas, es posible, es un ejercicio de tolerancia y respeto hacia el prójimo/a. Citando los versos de una canción recomendada por alguien con quien no coincido ideológicamente, pero con quien puedo compartir gustos musicales, diré:
“Quiero amor, diversión, buen humor. Quiero morir con una mano en el corazón”.

Nuestras aficiones ya sean musicales, literarias, pictóricas, nos acercan, hacen posible que personas muy heterogéneas, compartamos el mor por una actividad, disfrutemos practicándola o admirando la obra ajena y aporten a nuestras vidas alegría.

Quiero vivir con dignidad, con una mano en el corazón.

@ Francisca María Jiménez Toro